Entrevista Nengumbi con Paul Byrne

Buenos Aires, Argentina Diciembre 2009

jueves, 11 de julio de 2013

La sangre negra que corre por nuestras venas

Nosotros, los argentinos, tenemos un conjunto de características sociales y culturales atribuibles al pueblo negro 


LA SANGRE NEGRA QUE CORRE POR NUESTRAS VENAS

por:
LEONARDO  STREJILEVICH

Tuvimos desde siempre la ilusión de un país blanco y europeo excluyendo a los afrodescendientes; es necesario redescubrir la Argentina negra y mestiza que había sido invisibilizada en el pasado.

Hay tres errores que siempre saltan cuando se habla sobre los negros en el país. Ni eran pocos, ni los tratábamos bien ni fueron libres a partir de 1813 como se cree (Marta Goldberg); hay que sincerar el mito de país blanco y europeo y reconocer la significativa presen¬cia de los negros en nuestra tierra.

Si la Asamblea de 1813 hubiera declarado la libertad de los escla¬vos (que se hizo efectiva en 1861) y no la libertad de vientres, como efectivamente sancionó, el mismí¬simo Rosas no habría declarado en 1825 entre sus bienes muebles a los 33 esclavos que tenía repartidos en dos estancias. Algo normal para la época, cuando llegaban al puerto "toneladas de negros", a los que se bautizaba y daba el apellido de su dueño. Miles de los 11 millones de africanos vendidos como esclavos que llegaron a América eran en 1810 un tercio de la población por¬teña y el 60% de la catamarqueña, según consta en los registros.

Hasta 1970 “nun¬ca había habido negros en la Ar¬gentina” por culpa de dos ideologías surgidas en el siglo XIX –la del blanqueamiento, y la del marxismo– que hicieron que los estudios sobre los negros en la Argentina no se desarrollaran hasta los años 90.

El poderoso com¬promiso de la sociedad argentina con el concepto de un país blanco y europeo volvió muy difícil que los intelectuales argentinos pudie¬ran reconocer y aceptar la dimen¬sión negra de su historia, cultura y sociedad. El enfoque marxista y estructuralista teorizaba sobre las clases sociales y relegaba a un se¬gundo plano raza, etnia y género.

La historia oral, la an¬tropología biológica, la estadística y la musicología han demostrado que una parte considerable de la población argentina se reconoce como descendiente de los negros esclavizados hasta 1861 y man¬tienen buena parte de su cultura vigente (Pablo Cirio).

La ilusión forzada de una sociedad blanca y europea, de una París porteña, funcionó como  cepo que tornó invisible la suerte de los afrodes¬cendientes en Argentina, de aque-llos que sobrevivieron mestizos a las guerras de la Independencia, del Paraguay y a las epidemias de viruela y fiebre amarilla.

Existe "una narrativa dominante de la nación" que for¬zó e invisibilizó la presencia y las contribuciones étnicas y raciales de los africanos en América (Alejandro Frigerio).

Hoy sabemos que el 5% de la población argenti¬na es afrodescendiente. Muchos siguen diciendo que no existen y sin embargo son alrededor de  2 millones.

Las diferencias entre negros y blancos según los códigos racistas y los estereotipos negativos que aún tiene nuestra sociedad se pueden listar de este modo:

*Un blanco vestido de blanco es doctor; un negro vestido de blanco es heladero.

*Un blanco con alas es un ángel; un negro con alas es un murciélago.

*Un blanco tomando vino está haciendo el aperitivo; un negro tomando vino está emborrachándose.

*Un blanco que junta llaves es un coleccionista; un negro que junta llaves es un delincuente.

*Un blanco con novia jovencita es afortunado; un negro con novia jovencita es degenerado.

*Un blanco con uniforme es militar; un negro con uniforme es portero.

*Un blanco rascándose es alérgico; un negro rascándose es sarnoso.

*Un blanco con un arma es precavido; un negro con arma es asaltante.

*Un blanco con maletín es ejecutivo; un negro con maletín es traficante.

*Un blanco corriendo es deportista; un negro corriendo es carterista.

*Un blanco con sandalias es turista; un negro con sandalias es marihuanero…

Sin embargo: el Presidente del país más poderoso del mundo es negro; el líder del Comité Nacional Republicano es negro; la magnate de los medios más conocida es negra; el mejor golfista del mundo es negro; una de las máximas jugadoras de tenis del mundo es negra; entre los actores que más ganan en el mundo están los negros; el conductor de carreras de autos más veloz del mundo es negro; uno de los astrofísicos más brillantes es negro; uno de los neurocirujanos más reconocidos es negro; el hombre más rápido del planeta es negro; varios de los más grandes músicos y creadores de todos los tiempos del mundo son negros…

Entonces, la Argentina tiene, entre otras, raíces africanas. Hay que  pensar en tres raíces, vale decir, a considerar los orígenes blancos, negros y aborígenes de la cultura argentina (Néstor Ortiz Oderigo). Para nuestro orgullo blancoeuropeo, la prosapia negra del tango representa una piedra en el zapato. La Argentina no fue ni es el país blancoeuropeo que imaginaron nuestros abuelos, sino parte indisoluble de Afroamérica. No nos diferenciamos del resto del continente por no poseer población negra, sino por no asumirla como parte de nuestra identidad. Como sucedió en otros países de América, por nuestra sed de enriquecimiento y de poder fuimos cómplices de la trata esclavista.

Varios músicos nuestros, ya legendarios, son todos ellos de ascendencia africana: Carlos Posadas, Gabino Ezeiza, Gregorio "Soti" Rivero, Enrique Maciel, Leopoldo Ruperto Thomson, apodado el "Africano", y Ricardo Justo Thomson. Los negros bailaban autoexcluídos en aquellos tiempos coloniales el candombe, el fandango, la calenda y la bambula danzas consideradas por los blancos como verdaderos ritos sexuales y por ello desaprobados.

Los negros, son más argentinos que la mayoría de nosotros. El barco donde vinieron es muy anterior al barco donde vinieron los inmigrantes. Están acá desde hace cinco generaciones.
En la Argentina se extranjeriza lo negro, como si negro y argentino fueran irreconciliables.
El racismo argentino existe pero no es agresivo y abierto como el de tantos otros países, sino que está oculto, no agrede, es suavecito y silencioso.

Nuestro racismo es diferente del racismo común en países donde la presencia negra resulta indiscutible, se trata de una sorpresa originada en una negación: desde siempre nos han asegurado que en la Argentina no había ni quedan negros. Creemos ingenua o aviesamente que así como los indígenas parece que desaparecieron sin dejar rastros durante la Campaña del Desierto, los negros se evaporaron como por ensalmo durante las epidemias de cólera y de fiebre amarilla. Persisten  estas dos ilusiones;  una simple mirada bastaría para discernir, en los libros de historia (Sarmiento y Rivadavia no descendían precisamente de vikingos) o, simplemente, en la calle.

Los negros están entre nosotros; se han mezclado, se han fundido, pero siguen entre nosotros. Considerarlos cosa del pasado  y limitar su influencia sociocultural y no considerar ni reconocer sus aportes  reproducen mecanismos coloniales basados en el criterio de la utilidad; lo que realmente importa no es lo que nos aportaron, sino lo que son.

La realidad fundamental es que los argentinos somos casi todos mestizos. El error de no pensarse africano es similar al error de pensarse europeo.

Los barcos negreros siguieron llegando a Buenos Aires hasta 1861. Aunque la libertad de vientres se decretó en 1813, y aunque la Constitución de 1853 abolió definitivamente la esclavitud, la verdad fue otra. Entre las últimas camadas de esclavos negros, se cuentan los que trajo en 1850 el almirante Brown que, después de su retiro como marino del almirantazgo, se dedicó al comercio esclavista; se conocen los nombres de los barcos en que arribaron.

 Los esclavos, entre nosotros, fueron mal tratados. Los historiadores blancos han contado la historia como han querido. Es cierto que en Buenos Aires había negros de servicio, pero ¿es tratar bien arrancar a alguien de su país y hacerlo trabajar gratis? Eso, sin contar las plantaciones de caña de azúcar de Tucumán, donde menudeaban los latigazos igual que en Cuba o en Brasil. Si cantaban o bailaban, eran doscientos azotes, por lo menos, ordenados por los patrones esclavistas. Lo mismo por adorar a otros dioses o hablar  lengua propia. Juan Manuel de Rosas,  no los quería tanto como se dice; de repente estiraba la mano sin avisar, y si el negro que estaba parado atrás no le ponía rápido un mate, lo mandaba a azotar.

Ortiz Oderigo, en sus libros, nos habla de los "buques fantasma", que, cargados de "hombres con dueño", llegaban a nuestro puerto desde el Congo, Angola, Mozambique y Benín, trayendo hasta nosotros dos culturas: la bantú y la sudanesa. En 1730, dice, la Gran Aldea contaba con cincuenta mil habitantes, de los cuales veinte mil eran negros. Pero considerar que todo esto pertenece a nuestra prehistoria es tan negador como no observar en nuestro rostro argentino las huellas de esos pueblos que nos dejaron, además del tango,  la zamba y la chacarera, su propia sangre.

Olvidarse de los negros, invisibilizarlos, es un olvido que nuestra patria debe reparar, no por ser la sola culpable de un comercio tan indigno (una potencia negrera como Francia lo fue bastante más, y ya no duda en admitirlo golpeándose el pecho), sino para reconocerse a sí misma de una vez por todas. Recordar la presencia de un barco del que descienden en nuestras costas hombres negros encadenados significaría, por fin, la aceptación de lo que somos.

Los negros en el Buenos Aires antiguo fueron habitantes numerosos; toda la vida doméstica giraba sobre ellos, los indígenas y los negros fueron los primeros proletarios en el Río de la Plata (Julio Mafud). La condición de esclavos de estos negros hacía que trabajaran en casas pudientes como cocheros, jardineros, cerrajeros, pajes, cocineros, mucamos, sirvientes, faroleros, aguadores, panaderos, zapateros. Las negras eran las criadas de confianza de las damas; amasaban, cebaban mate, cocinaban, hacían la limpieza…afuera, en la calle, vendían en beneficio de sus dueños pasteles, postres, dulces y tortas…

Buenos Aires, a mediados del siglo XVIII poseía 16.000 habitantes de los cuales casi las tres cuartas partes eran negros, mestizos y mulatos que se arrinconaban en veinte manzanas de los barrios de San Telmo, Concepción, Santa Lucía y Monserrat. Es un misterio insondable la rápida desaparición física de los negros en nuestras tierras ya sea por asimilación racial, por enfermedades o barridos por el fragor de las guerras y batallas teniendo en cuenta que los negros y los morenos lucharon en casi todas las acciones bélicas del Río de la Plata desde las invasiones inglesas  (batallón de Pardos y Morenos), en la emancipación con los patriotas,  también con los realistas y en nuestras luchas internas (Urquiza poseía dos batallones de negros que lucharon en Caseros contra los mulatos de Rosas) cosa que no ha ocurrido en el Uruguay y en el Brasil que importaron mayor cantidad de negros esclavos que nosotros. Los negros podían conquistar su libertad incorporándose a los ejércitos; eran buscados por su habilidad, coraje y sometimiento a los mandos teniendo en cuenta, además, del rechazo de los nativos de nuestro país por el servicio militar.

La expansión capitalista en América no se puede comprender sin la trata de esclavos, la expoliación y la violencia (Julio Mafud). Los productos más importantes en la época colonial fueron el azúcar, el tabaco, el algodón y el cuero que eran trabajados con procedimientos y técnicas elementales que requerían mano de obra intensiva en grandes extensiones de monocultivos y de pastoreo. Las colonias padecían la falta de mano de obra; los indígenas agotados, fugitivos, perseguidos y asesinados se iban diezmando. Los blancos no trabajaban eran feudales, funcionarios o dueños de la tierra y sus productos y se consideraba el trabajo en las colonias una actividad y una faena de esclavos (Germán Arciniegas); “el negro era otra riqueza, otro animal”. El P. Cayetano Cattáneo afirmaba en 1730 que los esclavos eran los únicos que trabajaban en el Río de la Plata.

 La importación de negros para la esclavitud a las Antillas comenzó en el siglo XVI, en Europa la esclavitud ya era familiar, con la aprobación de la corona española; su comercio se efectuaba más por la vía bucanera que por la vía legal (el contratista portugués Pedro Gómez Reynal suministró a ese mercado 38.000 esclavos en casi diez años). Portugal abastecía de esclavos a varias naciones europeas con sus posesiones del Africa; este comercio llegó a ser el más ventajoso en aquellos momentos.

España permite por Real Cédula (1789 y 1791) el libre comercio en sus colonias de venta de esclavos centralizando la gestión en Sevilla y Cádiz donde sólo los castellanos podían traficar por ser miembros del Consulado de Sevilla y sólo se podía transportar esclavos a las colonias con la autorización previa de la Corona; un poco más tarde se incorporaron a este mercado los ingleses que compraban los esclavos en las costas de Guinea y los transportaban para revenderlos en América. En 1580 se unen las coronas de España y Portugal para el comercio de esclavos dado la gran demanda. Expulsados los ingleses de las colonias españolas el comercio derivó a los portugueses y holandeses. Los holandeses estimulaban el cultivo del azúcar y al mismo tiempo suministraban los esclavos para las tareas. En el Río de la Plata se pagaba por la compra de esclavos a través del trueque con trigo, cuero o lana.

La extenuación por el trabajo de los negros esclavos era más barata que la del indígena. Poco a poco, Inglaterra monopolizó el tráfico y el comercio de esclavos (el primer empresario inglés que comerció públicamente con esclavos fue Sir John Hawkins, precursor de las flotas corsarias y de las compañías comerciales que, para no pasar por contrabandistas, pagaban los derechos de licencias y las cargas oficiales; la reina y muchos miembros de la Corte tenían acciones clandestinas en estas empresas ) desplazando a España, Francia, Portugal y Holanda ; a través de doscientos años de contrabando y filibusterismo se apoderó de numerosos dominios de españoles, portugueses y franceses en América violando leyes comerciales y monopolistas; los asientos de esclavos fueron utilizados para la expansión colonial que traía aparejada la conquista económica y política. La piratería en gran escala constituyó hasta el final del siglo XVII una rama importantísima del comercio regular. Esta narración es una breve historia de la realidad.

Fuente: http://www.elintransigente.com/notas/2010/8/27/sangre-negra-corre-nuestras-venas-53935.asp

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