Por: Rogelio Alaniz
Cuando Facundo Quiroga derrotó a Lamadrid en la batalla de Ciudadela decidió fusilar a todos los oficiales prisioneros. Se dice que de los 33 oficiales, 31 fueron pasados por las armas. Dos salvaron sus vidas. Uno fue Pedro Morat que se escapó aprovechando la distracción de un centinela y el otro el coronel Lorenzo Barcala. Barcala era el único negro con rango militar. En realidad fue el único negro en la historia patria que llegó a coronel, grado que le otorgó el general Paz en el campo de batalla.
A Quiroga le debe haber llamado la atención que un negro sea coronel o tal vez fue el azar el que determinó que decidiera conversar con uno de los prisioneros condenados al paredón. El diálogo entre Quiroga y Barcala es leyenda. No hay documentos que verifiquen su existencia real pero, como dijera el periodista de la célebre película de John Ford, “Cuando en el Lejano Oeste la historia y la leyenda se confunden lo que importa es escribir la leyenda”.
Se cuenta que Facundo lo encaró a Barcala y le preguntó a boca de jarro: “Si usted estuviera en mi lugar ¿qué haría?”. Quiroga esperaba la respuesta previsible de un condenado a muerte: el perdón, la clemencia, la piedad o algo parecido. Sin embargo Barcala sin bajar la vista le respondió: “Fusilarlo en el acto”. Dicen que los ojos de Quiroga brillaron debajo de sus cejas espesas. Los que lo conocían sabían que ese brillo era el anticipo de una decisión temible y sobre todo imprevista. Quiroga se acercó a Barcala y en voz alta para que todos escuchen dijo: “Entonces desde hoy usted será mi ayudante”.
¿Quién fue Barcala? ¿Cómo fue posible que un negro llegara a ejercer el grado de coronel otorgado por el oficial más brillante de la historia nacional? ¿Es verdad que era tan popular entre la tropa? ¿Es cierto que además de valiente era inteligente y culto? ¿Dónde termina la historia y empieza la leyenda?
Según se sabe, Barcala pudo haber nacido en 1893 ó 1895 en Mendoza. Sus padres eran negros africanos. Conoció la esclavitud desde niño, aunque en Mendoza el trato a los esclavos era relativamente benigno, sobre todo si se lo comparaba con el que recibían -por ejemplo- en Brasil o en los países donde predominaba la economía de plantación. Barcala fue liberado de la esclavitud en 1813. Su amo se llamaba Cristóbal Barcala. Era un acaudalado comerciante de la ciudad que no sólo le dio la libertad, sino que además le permitió usar el apellido.
Cuando San Martín llegó a Mendoza, Barcala ya era soldado. San Martín le encargó que organizara el regimiento de negros, tarea que cumplirá al pie de la letra, porque ya para entonces es un personaje popular entre la tropa y, muy en particular, entre sus paisanos negros. No se sabe con certeza por qué Barcala no se sumó al Ejército de los Andes, aunque sí se conoce el aprecio que le tuvo San Martín.
Para 1819 y 1820 ya estaba metido de lleno en las guerras civiles de donde nunca más saldrá. En la crisis de 1820 peleó bajo las órdenes del general Bruno Morán y luego del general José Albino Gutiérrez. Entonces su grado militar era el de sargento y en esas refriegas ganará un ascenso y una medalla por haber luchado contra “la anarquía”.
Unos años después lo encontramos en Cuyo al lado del fraile Aldao y enfrentado al político sanjuanino Salvador María del Carril. Ya para entonces lo conoce a Lavalle y en un escenario donde la división entre unitarios y federales era cada vez más tajante, él ya está identificado con la causa unitaria. Su posicionamiento no es ni ideológico ni doctrinario. Como la mayoría de los protagonistas de aquellos años, su alineamiento se realiza atendiendo las luchas facciosas locales.
En 1826 está en Brasil y pelea bajo las órdenes del coronel Ramón Bernabé Estomba. En la batalla de Punta del Este es tomado prisionero y trasladado a Río de Janeiro. Su situación será particularmente difícil por su condición de negro en un país esclavista. Su prisión en Brasil se prolonga hasta el fin de la guerra. Sus biógrafos aseguran que aprovechó el “tiempo libre” de preso para estudiar.
Cuando en 1828 regresa Buenos Aires con la mayoría de los oficiales que pelearon en esa guerra, no tiene reparos de participar en el derrocamiento de Dorrego. Decide luego ponerse bajo las órdenes del general Paz. Como soldado del célebre Manco pelea en las batallas de San Roque, La Tablada y Oncativo. Los ascensos a teniente coronel primero y a coronel después los gana en el campo de batalla. Paz lo considera uno de sus oficiales más inteligentes y decididos. Según Sarmiento, Barcala fue el nexo entre el general Paz y el pueblo. “Fue el genio inspirador de las nobles ideas entre la gente del pueblo y fue el propagandista sincero de los principios del orden y la cultura entre las masas”. Agrega luego Sarmiento: “Paz llevaba consigo un intérprete para entenderse con las masas cordobesas ¡Barcala!”.
En los ejércitos de la revolución y en las guerras civiles la participación de los negros fue importante. Se estima que en algún momento llegaron a representar al treinta por ciento de la tropa. Exageraciones al margen, lo cierto es que no fueron pocos. Es muy probable que muchos hayan creído en los ideales de la independencia, aunque tampoco se debe descartar que la gran mayoría se movilizaba por las promesas de libertad o, como dijera Borges, por la incitación al peligro. Los regimientos de pardos y morenos fueron importantes, pero, hay que agregar, importantes para los dos bandos, ya que los godos también contaban con la contribución de los negros. En nuestra modesta historia, la leyenda recuerda al negro Falucho y su épica en el Callao. Se habla del negro Antonio Videla que peleó en el sitio de Montevideo. Y no mucho más. De todos, Lorenzo Barcala fue el más famoso y, de alguna manera, el más auténtico. Enredado en las guerras civiles nunca salió de ellas y terminó siendo una víctima más de un proceso implacable que exterminaba sin piedad a sus propios protagonistas.
Después de sumarse al estado mayor de Quiroga, se mantuvo leal a su flamante jefe hasta la muerte de éste en febrero de 1835. La sucesión por el liderazgo de Quiroga dio lugar a una feroz guerra civil en el noroeste entre los principales caudillos de entonces: los hermanos Aldao en Mendoza, Martín Yanzón en San Juan, Brizuela del Moral en La Rioja y Alejandro Heredia en Tucumán. El que se quedará con el trono vacante será Heredia, aunque no por mucho tiempo. En el camino serán ejecutados o muertos en el campo de batalla los principales caudillos. El propio Alejandro Heredia, unos años después, será asesinado en una emboscada en la estuvieron comprometidos los jóvenes unitarios. La guerra civil era una impiadosa máquina de picar carne.
Barcala en esos años está alineado con Yanzón y su enemigo declarado es el fraile Aldao. Cuando se inicia la disputa por la sucesión del poder en Cuyo, Yanzón y su ministro pensante Domingo Oro desde San Juan lo movilizan a Barcala contra Aldao. Los sanjuaninos son derrotados en el campo de batalla. Se inicia entonces una tensa negociación entre Oro y Aldao. Aldao promete olvidar la afrenta si le entregan a Barcala. Si esto no ocurre amenaza invadir San Juan y no dejar títere con cabeza. Ante semejante perspectiva, Oro no duda un instante: entrega a Barcala.
Así se arreglaban las diferencias entonces. Entre el fraile apóstata y borracho y el muy culto y distinguido Oro no había en el fondo grandes diferencias. Y si las hubo Barcala no las pudo llegar a apreciar. Al negro de Paz lo trasladan a Mendoza engrillado. Aldao organiza un simulacro de juicio y Barcala es fusilado el 1º de agosto de 1835. Tenía cuarenta años y la oportunidad que le dio Quiroga no se la dio el temible fraile. El juez que presidió el tribunal se llamaba Timoteo Maradona y es probable que haya sido bisabuelo de don Laureano Maradona, cuya familia es de origen cuyano.
La carta de despedida, Barcala se la envió a él. “Cuando esta carta llegue a sus manos yo ya no existiré. Estoy en capilla y mañana a las once seré ejecutado. La amistad que he tenido con usted y toda su casa espero que sirva para que haciendo los mayores esfuerzos mande mi equipaje a mi desgraciada familia. Así se lo suplica su atento y desgraciado amigo”. Barcala vivió y murió como un valiente. La misma suerte corrió su hijo Celestino treinta años después, cuando fue fusilado luego de la batalla de Pozo de Vargas por Felipe Varela.
Fuente: http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2010/07/28/opinion/OPIN-05.html
Facundo Quiroga y José Felix Aldao. El primero le perdonó la vida a Barcala, el único negro con rango militar en la historia nacional. El segundo, lo mandó a fusilar.
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