Domingo 15 de Enero de 2017
La ruralidad negra cuenta su historia
En un pueblo cercano a Villaguay rescatan un cementerio de los
“manecos”, donde descansan los restos de miembros de familias
afroamericanas que llegaron desde Brasil hacia 1870. Los descendientes
cuentan la historia de sus mayores
Por Jorgelina Hiba / La Capital
Manuel Gregorio Evangelista era brasileño, negro y esclavo. Nació en
algún lugar de esa tierra pero decidió que no iba a morirse ahí, donde
hacia finales del siglo XIX todavía existía la esclavitud. Entonces
emprendió un camino largo y peligroso hacia el sur del continente, donde
la Asamblea del año XIII había decretado la libertad de vientres.
Fue el primer afrodescendiente en llegar a la zona rural de
Villaguay, Entre Ríos, hacia 1870. Allí se casó, tuvo 13 hijos y allí
murió. Su vida excepcional tuvo un final único: fue el primer sepultado
en el “cementerio de los manecos”, un lugar creado por la comunidad
negra de la zona para enterrar a sus muertos que hoy busca ser rescatado
del olvido después de décadas de abandono.
“La historia de los negros de América es la historia de los nadies”.
Abraham Arcushin, odontólogo descendiente de rusos que despunta el vicio
del estudio de la historia local de ese rincón de Entre Ríos, pensó la
frase antes de largarla al viento sentado bajo la sombra de un antiguo
ubajay: ese puñado de palabras sirvió para explicar por qué el
cementerio de los negros de Ingeniero Sajaroff (pequeño pueblo ubicado a
20 kilómetros de Villaguay) todavía parece más un baldío que un lugar
sagrado.
A pesar de su particularidad histórica, el cementerio de los negros
—uno de los pocos, o tal vez el único de Argentina— hoy está abandonado y
sobrevive al lado de un basural. “El basural está indicado con un
cartel, el cementerio ni eso” puntualizó Arcushin mientras repasaba con
la mirada las viejas cruces oxidadas y los montículos de tierra que
marcan de forma desordenada el lugar dónde descansan los 25 manecos.
Estos le dieron vida y prosperidad a un pueblo que primero se llamó
Capilla y que después fue rebautizado con el nombre de alguien que
compartía la condición de inmigrante con Evangelista, pero que tenía
otro color de piel.
Pero después de años de silencio de la historia oficial, algo está
empezando a cambiar en Sajaroff: tras una persistente insistencia,
Arcushin logró que el gobierno entrerriano se interesara en recuperar
parte de su propio legado.
Fue así que desde el Ministerio de Turismo de esa provincia
designaron al Museo Serrano de Paraná como institución responsable de
investigar el aporte de los afrodescendientes en esa zona, un mandato
que salda una deuda y que ayuda a poner en palabras escritas algo que
hasta ahora sólo se transmitía de manera oral.
Cuidar la historia
Como cuentan algunas de las descendientes de Evangelista que aún
viven en el pueblo, aunque durante años los bebés venían al mundo
gracias a las manos negras de la partera “maneca” Clara Peralta, los
muertos de piel oscura no tenían lugar junto a los blancos. Por eso
eligieron una parcela algo alejada del centro del pueblo para enterrar a
sus viejos y a los que se iban antes de tiempo.
“Es hermoso sentir que al fin puedo contar mi historia, porque acá
siempre predominó la herencia de los europeos”, explicó Isabel Pérez,
bisnieta del esclavo que huyó de Brasil, en el mismo patio donde los
negros se asentaron para darle vida, color y música a la ruralidad
entrerriana.
La escuchan y asienten dos de sus parientes cercanas: Juana
Evangelista y Soledad Ramírez, también descendientes de Manuel. Soledad
es la hija de Clara, la partera, a quien prometió que iba a recuperar el
cementerio en memoria del esfuerzo de sus antepasados.
“Los manecos sufrieron mucho para llegar acá, los viejos contaban que
habían tenido que huir de Brasil tras una matanza de esclavos y que
caminaban de noche para escaparle al calor”, rememoró Soledad.
En Ingeniero Sajaroff el propio nombre del caserío evidencia qué
parte de la historia se eligió contar: poco se sabe de la herencia afro,
y al menos por ahora no hay carteles ni circuitos turísticos que
retomen esa tradición.
Isabel tiene una explicación para eso: “lo que pasa es que acá los
negros seguían siendo casi esclavos, trabajaban mucho y les pagaban con
comida o ropa, y eso no era ser enteramente libre”, reclama más de un
siglo después.
El trabajo de archivo y los relatos orales ubican la llegada de los
esclavos brasileños entre 1850 y 1870. Uno de ellos fue Evangelista,
quien se casó con la uruguaya Lorena Pintos con quien tuvo 13 hijos a
partir del año 1874.
“Es un caso particular que visibiliza todo el proceso migratorio de
los afrodescendientes” explicó Juan Marco Quiroga, quien junto a
Cristian Lallemi, Alejandro Richard y Joaquín Fontana llevan adelante el
trabajo de recuperación histórica, coordinado por el Ministerio de
Turismo de Entre Ríos a través del museo de Ciencias Naturales de
Paraná, con colaboración de la Municipalidad de Villaguay y la Junta de
Gobierno de Sajaroff.
Los investigadores sostienen que el nombre de “manecos” viene de
Manuel, ya que según sus estudios no tiene ningún significado en
portugués.
Tras su llegada Evangelista comenzó una historia llena de sacrificio y
trabajo junto a otros afrodescendientes que, como él, habían decidido
fugarse del Brasil esclavista para desembarcar en las fértiles tierras
entrerrianas, donde al poco tiempo también arribarían rusos judíos
perseguidos por el hambre y por el zar.
Dos historias
Aunque las dos comunidades crecieron a la par y pudieron convivir de
buena manera, la historia oficial —hecha a base de decisiones
humanas—les reservó un lugar distinto.
Según el censo de 1820, en Villaguay había 30 personas anotadas como
“esclavos” sobre un total de 300 habitantes, a lo que habría que sumar a
otros de origen angolés que ya habían sido anotados como ciudadanos
libres.
Por lo tanto —según explicaron Richard y Quiroga— más de un 10% de la
población del lugar era negra, una situación que se replicó en muchas
localidades de esa provincia como Concepción del Uruguay y Paraná.
Pero el propio Estado, embarcado en un proyecto de país blanco, fue
el que se encargó de borrar esa parte de la historia: “la generación del
‘80 y la idea de un país hecho con colonos europeos ayudó a que la
historia de los negros fuera invisibilizada”, explicaron, para agregar
que incluso en los archivos oficiales de esa época se dejó de hablar de
negros para anotarlos como “trigueños”.
Capilla era en esa época un poblado rural con cierto movimiento que
tenía almacenes, depósitos de granos y la pequeña iglesia que le daba
nombre al lugar.
Poco después de la llegada de los afrodescendientes comenzaron a
llegar colonos europeos, y en 1892 se fundó la colonia judía de la mano
de la segunda gran ola inmigratoria.
Muchos eran campesinos pobres rusos judíos, aunque también
desembarcaron a tierras enrerrianas hombres de negocios y profesionales
escapados por cuestiones religiosas y políticas. Uno de ellos era Miguel
Sajaroff.
Según el grupo de estudio, los manecos eran muy flexibles y abiertos a
las nuevas culturas: tanto así, que con los años y la convivencia
muchos comenzaron a entender e incluso a hablar el yiddish, la forma de
hebreo que usaban los judíos europeos. “Existía una buena simbiosis, y
gran disposición a trabajar juntos”, resaltaron los investigadores.
Se dedicaron al trabajo manual y a tareas rurales en un principio,
para luego (ya a principios del siglo XX) convertirse también en
carreros que transportaban mercaderías.
“Acá hubo un proceso migratorio puro y un pueblo con una enorme
historia. Tuvo su momento de esplendor con la cercanía del tren, una
gran cantidad de acopios agrícolas y hasta un teatro”, explicó Richard.
Como muchas otras localidades de la zona agrícola argentina, Sajaroff
se movió al compás de las protestas sindicales que buscaban mejorar las
condiciones de vida y de trabajo de los obreros y campesinos.
Pero como también ocurrió en vastas zonas pampeanas, a partir de la
década de los 50 y entrados los años 60 el pueblo comenzó a quedarse
vacío ya que muchos de sus pobladores eligieron irse a grandes ciudades,
sobre todo Buenos Aires.
El cementerio
No existe certeza sobre la fecha de fundación del cementerio de los
negros de Sajaroff. Los investigadores piensan que data de finales del
siglo XIX o principios del XX, aunque la fecha exacta aún es difusa.
Está ubicado en la ruta de acceso al pueblo, sobre el margen
izquierdo de la calle y justo al lado de un basural. Es un cuadrado de
tierra despareja que encierra una veintena de cruces viejas, algunas
caídas y todas oxidadas y que está precedido por un muro semiderrumbado.
Con el campo como paisaje de fondo, se destacan tres armazones de
hierro de estructura vertical. “Cuando morían bebés o nenes muy
chiquitos los manecos los enterraban con cuna y todo, con la creencia
que al enterrar la cuna también alejaban a la enfermedad de la casa”,
aclaró Quiroga.
Junto con Arcushin, destacaron que el cementerio tiene un valor
histórico muy fuerte, y que su recuperación es clave para reconstruir la
memoria de esta comunidad.
Así lo siente también Isabel: “el cementerio será nuestro lugar, el
lugar de nuestra comunidad. Es algo muy importante para mi, y la idea es
poner allí las dos banderas, la de Argentina y la de Brasil”.
Como paradoja, o tal vez como continuidad de la buena convivencia que
tuvieron negros y judíos, es Arcuchin —descendiente de europeos— el que
más insistió para recuperar la historia del cementerio de los manecos.
“Siento agradecimiento por estos trabajadores que ayudaron a los
colonos europeos a conocer esta región, los manecos trabajaron mucho por
este lugar”, dijo, para agregar que el cementerio estuvo largos años
abandonado a pesar de sus intentos para lograr que al menos fuera
reconocido como sitio histórico de interés.
La persistencia de años dio resultado hace poco, cuando el actual
ministro de Turismo de Entre Ríos y ex intendente de Villaguay, Adrián
Fuertes, se comprometió a recuperar el sitio. “Recién ahora comienza a
haber conciencia del lugar”, apunta Arcachim
“Lo primero será sacar al basurero de allí”, señala, para completar
la idea que tiene para el sitio: un mural alusivo a la memoria del arte y
la cultura afro que inundó la región hace más de cien años, y carteles
que cuenten lo que pasó en esas tierras.
Un patio de tambores
En lo que entonces se conocía como Capilla, los descendientes de
africanos construyeron dos lugares de referencia para la comunidad: un
caserío de una decena de viviendas ubicadas en torno a un patio ordenado
por un viejo ubajay (árbol de sombra compañera y frutas grandes y
coloridas), y el cementerio.
Lo que ahora se conoce como “el galpón” era el lugar de encuentro
social, de baile, música y tambores compartidos. Así lo recuerda Isabel
Pérez, bisnieta de Manuel Evangelista, hija de Ramona y nieta de
Victoria, de quien tiene hermosos y precisos recuerdos teñidos de
herencia africana.
“Mi abuela cantaba en brasileño y era muy religiosa: los días de
Semana Santa nos llevaba al cementerio de los manecos a rezar allí, y
tenía devoción por su santo negro, que además era milagroso”, rememora
sentada en un banco bajo la misma sombra que la cobijó cuando era una
nena que comía la mazamorra de trigo que le preparaba Victoria en su
mortero.
El santo negro era hacedor de milagros e iban a consultarlo del
pueblo y alrededores cuando a alguien se le perdía un animal en el
campo: “venía gente a pedir por su animal, entonces mi abuela ataba al
santo a una rama, lo hacía girar y para donde quedaba mirando era la
zona donde había que ir a buscar”, recuerda Isabel.
Isabel dejó Sajaroff muy joven y vivió hasta hace pocos meses en
Buenos Aires. A pesar de que en el pueblo no hay —literalmente— nada (ni
comercios, ni bancos, ni bares, ni centro de salud) decidió volver
adonde se crió “para tener paz y aire limpio”.
Es un buen lugar para recordar los años de su infancia, teñidos de
las polleras de colores de su abuela, de sus collares y pañuelos en la
cabeza. Y también de los bailes y tambores en el patio.
En la zona del antiguo caserío comenzaron a hacer las primeras
excavaciones, cuyos resultados permitirán reconstruir costumbres,
cultura, alimentación y hábitos de consumo de las familias instaladas en
torno al enorme ubajay. “El aporte de la arqueología histórica es muy
importante, siempre complementada con trabajo de archivo”, explicaron
los expertos.
Una de las ideas más importantes para el rescate de esta historia es
la de oralidad: lo que los descendientes cuentan que relataban sus
mayores, aquellos que todavía tenían frescas las costumbres y palabras
de otra vida.
“Rescatar los relatos orales es fundamental para reconstruir al menos
parte de esta historia. Acá no hay demasiadas cosas escritas, así que
la tradición oral es la que mantuvo la historia viva”, comentó Richard.
Por eso uno de los objetivos es mostrar que además del circuito de
las colonias judías, que es conocido y que está indicado en mapas y
cartelería, existe otra historia que todavía debe ser contada.
El proyecto
El primer objetivo del grupo conformado por Juan Marco Quiroga,
Cristian Lallemi, Alejandro Richard y Joaquín Fontana es generar
información para poder proteger el sitio histórico en el marco de la ley
provincial del patrimonio. “La prioridad hoy es proteger el
lugar”señalan.
Los trabajos de excavación, que comenzaron en noviembre pasado, son
en realidad los primeros acercamientos arqueológicos, una suerte de
sondeos previos a las excavaciones que ayudan a armar un “mapa” del
lugar con la distribución de las antiguas construcciones y los usos
estimados del suelo.
El trabajo de campo se complementa con archivo y entrevistas para
rescatar el patrimonio oral a través de descendientes de los primeros
pobladores negros del lugar. Un fino trabajo de reconstrucción de
historias familiares que desemboca en la reconstrucción de la historia
de la propia comunidad.
Fuente: http://www.lacapital.com.ar/la-ruralidad-negra-cuenta-su-historia-n1320811.html
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